Hace un par de meses, recibí como obsequio un libro. No se trataba de “cualquier libro”, sino uno de Alberto Fuguet (que en lo personal me encanta su manera de escribir y relatar historias). Pero a sorpresa mía, éste libro tampoco era “cualquier libro”, sino que se trataba de una colección de artículos que Fuguet había publicado para distintos medios escritos nacionales. Y aún así, todo esto no era nada comparado con la confirmación total de que, una vez más, no se trataba de “cualquier libro” cuando en su contraportada pude leer "Mike Patton"… ufff, imagínense!
Se trata del libro (originalmente del año 2000) PRIMERA PARTE, versión 2.0 como a él le gusta denominarlo, del 2007.
A la mañana siguiente corrí a leerlo, pero siguiendo el protocolo de un libro tradicional, no quise saltarme ningún artículo para leer el referente a Patton, así que así lo hice y la sensación de ir leyendo buenísimos escritos y sabiendo a la vez que te esperaba uno particularmente especial era sensacional.
Intenté de muchas formas comunicarme con Alberto Fuguet para poder publicar en el blog este artículo, pero ninguna dio frutos, así que espero que si algún día llegara a leer esto, no se moleste, que hice lo imposible para pedirle autorización, y que lo tome como un acto sincero de admiración.
Les dejo el primero de los dos artículos sobre Mike que el libro contiene, pronto subiré el segundo en donde le entrevistan, el que es mi favorito.... Espero que les guste.
Gracias especiales a mi Muni por este mega regalo!!! :)
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Pateando Groupies
(un carrete con Mike Patton)
Tres de la mañana de ayer y Mike Patton, con esos shorts de niño pobre y su peinado cavernícola, camina con sus zapatillas sobredimensionadas por una calle Arlegui absolutamente vacía.
Detrás de este colegial descarriado de veintitrés años, una horda de tipos, casi todos de negro. Lo persiguen como a un pequeño dios. Él solo se ríe y escupe al suelo como si este fuese el escenario de la Quinta Vergara.
Su impresionante e inesperada actuación fue una inyección de contemporaneidad. Energético, infantil, divertido, fusiona eso de ángel y diablo en un mismo segundo. Es Sid Vicious en el kindergarten, es Bam-Bam en ácido. Por eso no se van a olvidar de él. Para bien o para mal. Pero a Mike no le importa tanto. Lo pasó bien, se rió, le encantó ver cómo buena parte del público huyó al verlo. También se emocionó, (pero para callado porque sus sentimientos son cosa de él) cuando los trashers se abalanzaron sobre él y le hablaron de Slayer y Tom Araya y uno le gritaba que eran sencillamente totales.
Es complicado esto de ser tan famoso, de despertar tantas emociones. Unos dicen que a Patton no lo conoce nadie. Puede ser, pero los que sí lo conocen, lo conocen. Lo admiran, se sienten identificados, piensan que él es como ellos. Mike sabe esto pero lo asume porque sabe que si uno anda tocando ciertas fibras sensibles, lo menos que puede hacer es aceptar que los que entienden el mensaje enganchen. Y los tipos enganchan.
Basta ver cómo esas loquitas, trece o catorce años máximo, se lanzan sobre él. “Groupies chilenas”, dice, riéndose como si tuviera diez años y acabaran de regalarle una bicicleta. Estas chicas, seriamente voladas, ojos rojos de tanto fumar y llorar, están con todas sus hormonas puestas. Groupie, hay que aclarar, que es el término roquero para designar a esas fans que no solo quieren un autógrafo. Quieren algo más. Y como ya son casi las cuatro de la mañana, todo puede ser. Las groupies son varias y andan de negro y son de santiago y hablan a garabato limpio. Una lo mira y, como si Mike no existiera, le dice: “No podís ser tan lindo, no podís. Estuviste bacán. Te pasaste, loco”. Mike no entiende pero, como tiene experiencia en este tipo de situación, solo la mira fijo a los ojos. Ella se lanza a besarlo en la boca pero él no pesca mucho. “Es medio triste”, dice, “Igual a veces agarro, pero como lo único que quieren es acostarse conmigo para luego ir a contarle a las amigas, apesta”
La idea es entrar al Amadeus, sede de la fiesta post-festival. La troupe Faith No More suma quince y los argentinos de la entrada no solo no los conocen sino que no los quieren dejar entrar. Mike no puede creerlo. Se dedica a observar un balcón donde un anciano de bata observa escandalizado. “Debe ser un asesino sicótico”, dice antes de entrar al sobrevalorado local.
Una vez adentro, Mike es recibido por un guitarrista que canta Si vas para Chile. Lo mira como diciendo “así que esto es el rock chileno”. Después una chica lo empieza a tocar por todas partes, pero él se aleja de ella encontrando que se fue un poco al chancho. Pide piscola. Después aparece el alcalde Trejo y Mike opina que es mejor virarse, pero antes se acerca, lo mira y le da la mano. A Trejo no le queda del todo claro qué está ocurriendo.
Calle Valparaíso: cinco y media de la mañana. Mike alucina con esta calle y no puede creer que exista un café llamado Pussy. Pero ya es tarde así que por qué no darse una vuelta a la Tatoo a tomar más cervezas. Allí al son de los Prisioneros, hablamos un poco. Compara la moral chilena con la de Kansas City y cree que los ejecutivos de Televisión Nacional los consideran “unos raros animales que se escaparon del zoológico”. Y agrega: “Lo mejor de la noche fue cuando la animadora, que tenía ese peinado como de los B-52, se acercó a mí a darme esa paloma y justo empezó Woodpecker from Mars, lo que la hizo saltar y asustarse y me miró como si fuera una bestia o algo así. Fue demasiado cómico. Lo paso demasiado bien. Esto es total. Absolutamente total. Creo que nos odian y eso está súper bien”. Después pide un jugo de naranja y mira su reloj con Piolín. Hora de acostarse.
Wikén, El Mercurio, 1991